Skip to main content

Los Fanconi llegan a Madrid como maestros pasteleros en 1840 para fundar un café con los Matossi.

El Café Suizo, situado en la esquina de la calle Alcalá con la Ancha de Peligros (hoy Sevilla), sería uno de los centros neurálgicos de la vida cultural e intelectual de la ciudad hasta 1919. En ese más de medio siglo sus mesas alojarían las tertulias de los hermanos Bécquer, de Pérez Galdós, de Gaztambide, de Madoz, de Ramón y Cajal (“…yo debo mucho a las sabrosa tertulia del Suizo”), de López de Ayala, de Benavente, de Cánovas, de Echegaray. En sus salones se maquinarían los intentos revolucionarios de 1848 y se gestaría la insurrección de 1854 que dio comienzo al Bienio Liberal.

Uno de sus legados aún visibles es el Círculo de Bellas Artes que surgió en una de sus tertulias. Más tarde, cuando el Suizo anuncia su cierre en 1919, se decide construir el edificio actual del Círculo a tan solo a unos metros del emplazamiento del café.

La clausura merecería un elegía en los principales diarios de la capital, una de las cuales firma un joven Manuel Machado (“Se ha cerrado el Suizo, anoche tomé café por última vez en una de sus mesas…”).

Sus aportaciones más celebradas fueron el primer espacio cultural exclusivamente femenino, el Salón Blanco abierto en 1855, y el bollo que lleva su nombre y es ya tradicional de la capital, cuya receta habían traído de la Benemérita República de Venecia.

Cien años después aún quedan algunos Fanconi en Madrid.

A esta distancia y en este lugar me parece mentira que existe aún ese mundo que yo conocía, el mundo del Congreso y las redacciones, del casino y de los teatros, del Suizo y de la Fuente Castellana, y que existe tal como yo lo dejé, rabiando y divirtiéndose, hoy en una broma, mañana en un funeral, todos de prisa, todos cosechando esperanzas y decepciones, todos corriendo detrás de una cosa que no alcanzan nunca.

Gustavo Adolfo BécquerDesde mi celda, II